miércoles, 7 de mayo de 2014

Un rey en la corte del chocolate (ll)

Por Pablo Soroa Fernández.

 
Contra lo pensado, no fue la Primera Capital de Cuba y  madre patria de sus más encumbrados paisajes, la que dio la bienvenida en el archipiélago al cacao, esa planta que gobierna el entorno natural y el metabolismo económico y social del segundo municipio en importancia de la oriental provincial de Guantánamo. 

Tan conspicuo honor corresponde al centro del país.

Procedentes de México, las primeras habas de la esterculiácea llegan a la región de Sancti Spíritus, a mediados del siglo XVI mucho antes que  las acomodadas familias francesas asentadas en la entonces convulsa República de Haití, trajeran en 1781 a La Primada la pericia de sus hacendados y esclavos en el manejo de la planta aportadora del  llamado Elíxir de los Dioses.

 
 POR SANCTI SPIRITUS 

Fuentes históricas aseveran que en 1540 esas simientes fueron plantadas en la finca del hato de  Pedro Barba, lugar de esta ínsula caribeña  perteneciente entonces al Cabildo de Remedios y hoy al espirituano municipio de Cabaiguán. La siembra se extendió después hacia el sur, a Trinidad. 

Terminaron por deportar cultivo al intrincado extremo del nororiente cubano que ahora lo acoge,  los ciclones, y las medidas aduaneras restrictivas dictadas por España, interesada en incrementar en su colonia la caña de azúcar y el tabaco. 

La delicadeza reclamada por el cacao, en su manejo, parecer ser razón de peso para la preterición de que fue objeto la advenediza planta en la zona central. 

En abono de esas tesis, en su Descripción de la Isla de Cuba (1757), Nicolás de Joseph de Ribera (español nacido en la Perla de las Antillas) escribe que en esta “pocos siembran cacao porque sus flores necesitan cuidado continuo, y tardan algo en producir, y principalmente porque la caña y el tabaco son labranza más importante, en que se ocupan sus labradores con acierto”.

Muchos estudiosos de la literatura y de la planta en cuestión, se preguntan por qué Plácido, el poeta romántico cubano cuyo bicentenario se conmemora por estos días y  que escribió afamadas letrillas a la Flor de la Caña y a la Flor del Café, no dedicó ninguna a la del cacao. 

PRESENCIA ABORIGEN
    
Regresamos al sendero de Duaba, donde dejamos en la primera parte de este trabajo a Urbano Rodríguez, El Rey del Cacao, inmerso, entre otros aspectos,  en una explicación sobre la extracción de la pulpa de cacao.
     
Esa es una acción manual en la que intervienen herramientas asociadas a la cultura taína y cuyo empleo exige de una destreza  que mediante transmisión generacional, ha perdurado al igual que el centenario método de fermentación y secado en gaveteros.

En la fábrica casi artesanal en que se beneficia a la semilla, el titular del Theobroma explica cómo esta funciona.

No interrumpe el hilo de la conversación, ni siquiera el vocerío con que un campesino anuncia su llegada al lugar. Viene con la yegua cargada de habas que, luego de sobrevivir a minuciosa colecta, se someterán a la fermentación, secado, selección y almacenaje.

“Esto es un cuarto de fermentación”, reitera el guía, mientras mueve el índice había seis hileras de cajones, con capacidad para unos cinco quintales de mazorcas, y llama la atención sobre “la importancia de darle un volteo adecuado para que se realice a plenitud la mezcla alcohólica y acética”.

El productor Eugenio Palmero se ha sumado al periplo y  aclara que anteriormente el proceso de secado era responsabilidad privativa del campesino, “porque el cacao se acopiaba seco”.

El recién llegado toca la marímbula  en el grupo folclórico Kiribá-Nengón, del Guirito, un quinteto que ha rescatado del olvido  esas dos manifestaciones musicales, otrora muy populares en el campesinado afín a los cacahuales.

Las parejas que intervienen en esas danzas y bailes, visten  el traje típico de las antiguas fiestas del Kiribá, celebradas con motivo de la recolección del café y del cacao.

 “Mientras los músicos tocaban ese ritmo, los danzantes removían el cacao con los pies y contribuían a su volteado y secado”, indica a NEGOCIOS, el Historiador de la Ciudad, Alejandro Hartmann.

Después del ritual saludo al intelectual, con el cual mantiene vínculos casi osmóticos, en torno al tema en que ambos se desenvuelven como pez en el agua, Urbano subraya que una vez seco el grano, se procede a tostarlo, descascararlo y molerlo.
   
El polvo resultante se utiliza con diversos fines, el más común consiste en mezclarlo con leche y un aglutinante (por lo general harina de trigo o plátano) para obtener el tradicional chorote.
  
Ese preparado se consume familiarmente, se brinda a las visitas, en ceremonias en velatorios y en ceremonias laico religiosas, como los altares de Cruz, que aún perduran en los sitios más apartados de la Primera en el Tiempo.

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